Más información no significa estar mejor informadxs

En la era digital, hemos alcanzado un punto en nuestra evolución como especie donde la cantidad de información a la que tenemos acceso es abrumadora. Casi todos los aspectos de nuestras vidas están sujetos a este fenómeno: desde las redes sociales hasta las bases de datos científicas, la información fluye libremente y está al alcance de un clic. Sin embargo, a pesar de esta sobreabundancia informativa, la pregunta crucial se mantiene vigente: ¿realmente estamos mejor informadxs? La respuesta, desafiante y compleja, parece ser que más información no se traduce necesariamente en una comprensión más profunda o precisa de los temas, incluyendo las cuestiones más cotidianas de la psicología.

Yuval Noah Harari, en su obra más reciente, "Nexus", nos ofrece una perspectiva sobre la función de la información que es reveladora. Harari argumenta que la información no solo tiene el propósito de informar, sino que también juega un rol fundamental en el establecimiento y mantenimiento de un orden social existente. Esta noción desafía la creencia común de que la proliferación de información siempre conducirá a un empoderamiento individual y a un progreso colectivo. En su lugar, nos invita a considerar cómo ciertas narrativas pueden perpetuar visiones del mundo que benefician a sistemas de poder establecidos. Cuando leía esto, no podía dejar de pensar en lo familiar que me resultaba este mismo fenómeno en la psicología. O mejor dicho, en la psicología que se ha alineado tanto a la industria de la autoayuda, donde a menudo se validan estructuras de pensamiento que no solo son cuestionables, sino que también pueden ser altamente perjudiciales.

 Un claro ejemplo que ilustra este fenómeno es la hipótesis serotoninérgica de la depresión. Esta teoría, que sugiere que un déficit de serotonina en el cerebro es la principal causa de la depresión, fue propuesta en 1963. A pesar de las décadas transcurridas y de los extensos estudios, no ha habido pruebas concluyentes que respalden esta afirmación. Si bien es innegable que hay una gran actividad neurológica y que se ha avanzado en la comprensión de los neurotransmisores, las investigaciones no han podido comprobar de manera definitiva la correlación entre los niveles de serotonina y la depresión.

La persistencia de esta hipótesis en el discurso psicológico se puede interpretar desde la óptica de Harari. A pesar de sus limitaciones y la falta de evidencia robusta, seguir insistiendo en la idea de que la depresión es un problema aislado, que se encuentra en el propio individuo y que se puede solucionar a través de medicamentos, tiene implicaciones significativas. Este enfoque permite a la industria farmacéutica prosperar, vendiendo tratamientos que pueden no abordar las raíces sociales, políticas y contextuales de la depresión. En vez de centrar la atención en las realidades de vida que contribuyen a la angustia de las personas– como la falta de soporte social, las desigualdades económicas y la alienación – se perpetúa una narrativa que orienta la responsabilidad hacia el individuo.

Las implicaciones de la individualización del sufrimiento.

La individualización del sufrimiento no solo es perjudicial a nivel personal, sino que también tiene consecuencias sociales. La idea de que cada persona es responsable de su propio bienestar psicológico puede llevar a un desdén hacia aquellos que luchan con dificultades, reforzando estigmas y promoviendo un sentido de culpa. En lugar de fomentar la empatía y el apoyo comunitario, se tiende a crear un entorno donde el individuo es visto como el único responsable de su estado de bienestar. Este fenómeno refleja una serie de valores culturales arraigados en el individualismo y en el capitalismo, que no solo ignoran el contexto social más amplio, sino que también refuerzan y perpetúan estructuras de desigualdad.

Lo irónico es que, a pesar de tener acceso a una cantidad sin precedentes de información sobre salud mental y comportamiento humano, muchas de las narrativas más prevalentes siguen estando fundamentadas en teorías anticuadas y sesgadas. La educación en psicología, en particular, a menudo sigue repitiendo estas historias, perpetuando la idea de que la serotonina y otros factores biológicos son las únicas claves para comprender y tratar la depresión. Esta repetición de viejas creencias puede ser vista como una forma de mantener el orden establecido, evitando cuestionamientos profundos sobre las causas sistémicas del sufrimiento humano.

En mi propia trayectoria educativa en psicología, he enfrentado el desafío constante de cuestionar lo que una vez consideré cierto. Este proceso de aprendizaje a menudo resultó incómodo, ya que significaba desaprender nociones profundamente arraigadas y adoptar una visión más completa y contextualizada de la psicología. La experiencia me ha enseñado que la información rara vez es neutral y en su mayoría se filtra a través de las experiencias, creencias y contextos de quienes la presentan. Esto es vital al abordar temas tan complejos como el bienestar psicológico. Así como hay lentes que ofrecen una interpretación científica y contextual de las realidades humanas, también existen aquellas que refuerzan sistemas de opresión y excluyen perspectivas válidas que podrían contribuir a una mejor comprensión de la condición humana.

Volviendo a la crítica de Harari sobre la función de la información, es esencial reflexionar sobre cómo la psicología, en su búsqueda de validación científica, a menudo se aleja de enfoques que consideran el contexto del comportamiento humano. Como ha dicho la Dra. Maria Xesús Froxán, la psicología ha buscado hacerse ciencia haciéndose medicina, adoptando todo lo “neuro” y alejándose de sus principios más elementales como ciencia del comportamiento. Graso error. Pero claro está, lo “neuro” suele empatar perfectamente bien con ciertos modelos sociales. Y aclaro con esto que no creo que lo “neuro” sea el mal en sí mismo. He leído y escuchado conferencias de neuropsicólogxs muy atinados que entienden perfectamente bien que los mecanismos biológicos no ocurren en un vacío, ocurren en un contexto. Y que perder de vista ese contexto es impensable.

El impacto de la tecnología en la difusión de información

La tecnología ha transformado cómo accedemos y compartimos información, y este fenómeno tiene implicaciones profundas en el campo de la psicología. Las redes sociales y las plataformas en línea se han convertido en fuentes principales para la difusión de ideas acerca de la salud mental. Sin embargo, esta democratización del acceso a la información también presenta desafíos significativos. En muchos casos, las plataformas son espacios donde se difunden tanto información precisa como desinformación, mezclando teorías basadas en evidencia con mitos y creencias infundadas.

Por ejemplo, es común encontrar información sobre tratamientos de salud mental y autoayuda que carece de respaldo científico, pero que se viraliza rápidamente debido a su atractivo. Esto puede llevar a las personas a adoptar enfoques ineficaces o perjudiciales para su bienestar. La dificultad radica en que, al tener acceso a tanta información, decidimos qué creer por la promesa de un alivio rápido que nos permita seguir funcionando aunque los postulados carezcan de todo fundamento y análisis crítico.

En resumen, enfrentar el desafío de que “más información no significa estar mejor informadxs” requiere un compromiso con la reflexión continua y la disposición para cuestionar las narrativas preestablecidas. Debemos ser conscientes de que la información puede estar diseñada para establecer o mantener un orden que, en ocasiones, puede no servir al bienestar común. Al rechazar enfoques que simplifican la complejidad del comportamiento humano y al abrazar modelos que consideren tanto lo individual como lo social, podemos avanzar hacia una práctica de la psicología que realmente promueva el cambio.

Este proceso de transformación no solo es relevante para profesionales de la psicología, sino que también involucra a la sociedad en su conjunto. La sensibilización acerca de la complejidad de los problemas de salud mental y el reconocimiento de las condiciones que los perpetúan pueden conducir a cambios en las políticas públicas y en la forma en que se percibe el bienestar psicológico en nuestra cultura. La educación y la práctica de la psicología deben ampliar su horizonte y promover una visión que desafíe la narrativa dominante. Al hacerlo, incentivaremos un enfoque que sea más inclusivo, empático y efectivo, preparando a las futuras generaciones para abordar los problemas psicológicos con un conjunto de herramientas más robusto y contextualizado.

En conclusión, el camino hacia una mayor comprensión de la psicología y el comportamiento humano es uno que debe ser recorrido con conciencia crítica. La información, aunque abundante, debe ser evaluada y contextualizada, y eso requiere que cada unx de nosotrxs asuma la responsabilidad de ser consumidorxs informadxs y críticxs. Me resulta vital que, en este viaje, mantengamos siempre la mirada en las causas subyacentes del sufrimiento humano, fomentemos la solidaridad y trabajemos hacia un sistema en el que el bienestar sea una realidad accesible para todxs. 

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Reflexiones de la vida y la muerte: una mirada contextual.